En el año 2021 Rudzik y Ball, investigadores de la universidad de Durham, en Reino Unido preguntaron a los padres cuál era, según su criterio, el mejor lugar para que durmiera su hijo. Más de la mitad de los participantes citaron las dos recomendaciones oficiales de la Academia americana de pediatría:
- En su cuna y no en la cama de sus padres,
- En la misma habitación que la madre.
Pero más de un cuarto de los encuestados omitieron una de las dos recomendaciones, siendo mayoritariamente omitida la segunda: en la misma habitación que la madre.
Parece ser que en nuestra sociedad, donde el sueño en solitario de los hijos es uno de los objetivos principales de los padres, es más fácil recordar que el bebé no debe dormir en la cama con sus padres, a que debe hacerlo en su misma habitación.
Los medios de comunicación se apuntan entusiastas a esta tendencia, ya que no hay muerte infantil durante el sueño en la que no presenten el colecho, cuando ésta ocurre en este contexto, como causa única e inequívoca, ignorando completamente todo el resto de factores de riesgo que también estaban presentes (generalmente el consumo de alcohol o drogas, situación de vulnerabilidad y pobreza de la madre, madre adolescente o muy joven, etc.).
Esta investigación podría haber pasado prácticamente inadvertida entre los cientos de publicaciones sobre el sueño que aparecen cada mes en los foros científicos, de no ser porque una nueva valoración de los factores de riesgo de la muerte súbita del bebé durante el sueño realizada este mismo año por Park y colaboradores lanza un dato sobrecogedor:
El bebé que duerme solo en su habitación multiplica por diez y nueve su riesgo de morir.
En cambio, en este mismo trabajo observaron que cuando el bebé dormía en la misma superficie que “cualquier persona o animal” el riesgo solo se multiplicaba por dos. Y eso a pesar de que estuvieron muy lejos de valorar el riesgo del colecho realizado con seguridad, esto es, con la madre y en el contexto de la lactancia materna, sin factores de riesgo asociados. Lo que los expertos denominan hoy en día Amamadormir o Breastsleeping.
Existen investigaciones que demuestran que amamadomir no supone un aumento significativo del riesgo de muerte durante los 3 primeros meses del bebé —la edad en la que se centra el debate sobre la seguridad de esta práctica—, y en las que incluso se observa un efecto protector a partir de ese momento.
Por lo tanto, es imprescindible que tanto las autoridades sanitarias como los medios de comunicación sean conscientes de esta compleja realidad. Las evidencias nos demuestran que poner el foco en el colecho no está ayudando a evitar comportamientos mucho más peligrosos, como es sacar al bebé de la habitación de su madre demasiado pronto, o factores de riesgo más conocidos pero no siempre nombrados, como el tabaquismo, o el consumo de drogas recreativas, medicamentos o alcohol. Tal vez por eso, países como EEUU en los que se ha puesto en práctica una agresiva campaña en contra del colecho, han fracasado estrepitosamente a la hora de disminuir la incidencia de las muertes súbitas de los bebés durante el sueño. En cambio, Reino Unido, en cuyas recomendaciones se incluye la de dar claras directrices a los padres de cómo colechar con seguridad, en los últimos 17 años prácticamente han reducido a la mitad el número de este tipo de muertes a la mitad.
Hoy sabemos que las madres, aunque no queramos ni lo planeemos, acabamos metiéndonos al bebé en la cama, especialmente cuando queremos dar de mamar. Así que las autoridades sanitarias, y los mismos medios de comunicación, tienen la obligación y la responsabilidad de informarnos cómo y cuándo podemos hacerlo con seguridad, en lugar de limitarse a demonizar una práctica ancestral, natural en nuestra especie y absolutamente generalizada en la humanidad, como es el dormir en íntimo contacto con nuestras criaturas.